Si cuento los días pasados que he tenido la oportunidad de compartir
con esta excelente mujer, editora, ensayista y poeta, es para recordarme en la
felicidad de aquellos tiempos, y no perderme en la tristeza al saber que no la
volveré a ver.
No te quedes en casa y si te
quedas en casa enciende la TV el ordenador o haz que te llegue la prensa. Lo
que es inadmisible es que te digas poeta y no estés a la orden del día, y te
encuentres encerrado entre cuatro paredes. No es bueno para ti, ni bastante
bueno para nadie. El día 12 de marzo, hace la friolera de 4 meses y medio que
ha fallecido Luzmaria Jiménez Alfaro.
Y yo me entero ahora mismo a
través de un correo electrónico que me envían desde la Fundación Centro de
Poesía José Hierro, avisándome de la presentación de la Revista Nayagua.
Tuve la suerte de conocer a Luzmaría,
en la Feria del libro del año 1996 si mal no recuerdo. Fui a la Feria por
primera vez acompañando a un ilustre poeta. El hispanista ruso Pavel Grushko
que firmaba el libro de poemas El Jardín Abandonado.
Él fue quién me presentó a Luzmaría Alfaro y a
Antonio Porpetta, dos poetas, un matrimonio, que casi siempre se los encontraba
juntos. Recuerdo ese día con una gran claridad. Con Antonio hablamos de Guatemala,
y de una entrevista que le había hecho Luis Aceituno. De los amigos, Porpetta
me citó a Margarita Carreras, y yo a Max Araujo y Humberto Akabal. Además recuerdo que llevaba la mano vendada
porque se la había dislocado. De Luzmaría recuerdo su sonrisa perenne, sus
preguntas afectivas, su grata conversación, cercana siempre, y como broche de
oro me regaló la Cassette Territorio del fuego, “un libro de poesía “de Antonio
Porpetta con su voz.
La siguiente vez que la vi, fue
en su casa madrileña , al recoger un buen paquete de ejemplares de poesía en
ruso y español del señor Grushko traducidos por el poeta cordobés Carlos Clementson
. Prevaleció o mejor dicho me llevé lo mismo que siempre me ha dejado Luzmaría,
una sonrisa siempre en camino y unas ganas de vivir que era imposible que no te
contagiaran.
La tercera vez fue en la Sala de
Juntas del C. B. A. cuando el genial Pavel Grushko junto a la Actriz María
Gador , y el escritor y traductor Víctor Andresco, homenajeamos al padre de la literatura rusa ,
el romántico decembrista Alexander Pushkin , en una de las veladas más emotivas
de las que yo he podido participar, y no por nada propio si no por la sencilla
razón de que las lágrimas que caían de muchos ojos era por la clase magistral
de Pavel junto a la profunda admiración por su “maestro”.
La cuarta vez fue en una charla sobre Gloria Fuertes, que
impartía ella como amiga y albacea de la gran poeta de los niños, los mayores y
no lo olviden, también de los surrealistas. Fue en el Centro Cultural Maestro
Alonso y también contó con la colabora-ción en la mesa de los ponentes de la
Poeta Soledad Escassi. Por aquel entonces SOL-EDAD , dirigía el grupo de poesía
del Círculo de Bellas Artes , y su Revista Contrapartida.
Yo diría que se me hace muy corto
este recorrido. Que habría muchos otros días, pero solo recuerdo la última vez.
Fue el año pasado en el Café Libertad 8, cuando Antonio Porpetta junto a otros
poetas como Raquel Lanseros ofrecieron una tarde plena de poesía. Al despedirnos
quedamos en vernos pronto, y escribirnos más. Tanto Luzmaría como Antonio me
repitieron “ Déjate ver más Chema” ”No te vuelvas a perder” .
Y Luzmaria ya nunca sabrá que
ahora ando perdido. Pero perdido de amor. Y como no necesito casi nada , más que
lo que a diario la vida me ofrece , que es mucho y como mi chica me dice en los
momentos menos afortunados para que vuelva a la cordura , “ la vida es generosa
con nosotros, no lo olvides , y atrévete a vivir. ”
Y en esas estoy, ahora brindando por
la vida con Luzmaría y el ángel de la muerte, y ustedes comprenderán al leer
uno de sus poemas con el que les dejo.
Usted
y yo tenemos una cita.
Sé que jamás se retrasó en la hora.
Tal vez pueda darme algo de tiempo
para mirar mi vida.
¿Podré volver la vista hasta mi patio?
Allí la madreselva era alegría,
su aroma resbalaba por los sueños
de mi sangre crecida.
Será muy puntual. Siempre lo ha sido.
Usted perdonará si me entretengo
y acaricio mis libros con ternura:
comprenda usted ¡son tantas horas juntos!
que así, partir, tan fríamente,
no me parece bien. Se quedan solos…
Quiero que sepa que sé que ha de venir
para llevarme con usted,
y créame si digo que estoy lista.
He tratado de aprovechar mi tiempo:
Amar. Vivir. Vivir y amar.
No puede imaginarse el equipaje
que llevo en la memoria…
Usted ¡qué culpa tiene!
Sólo es usted el ángel de la muerte,
y usted y yo tenemos una
cita.
(Del libro Amados ángeles).
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