Chema Rubio
Cuando muere un poeta se hace el silencio. Se para un mundo. Y
no resurge la vida hasta que la música vuelve a la sangre regando las
costuras abiertas del corazón. La muerte no tiene fin, ni quién la
detenga, ni tiene perdón, ni tiene nada que hoy queremos sentir como
algo que nos ayude a ver la vida de otro modo. Porque el pensamiento se
va acabando en el mismo instante en que germina la idea de la muerte.
Hace unos días se nos ha ido Félix Grande.Una
persona más que hemos conocido, poco, muy poco, y mal, pero que desde
hace muchos años no ha dejado de estar cerca de nuestra vida
.
...
COOPERACIÓN IBEROAMERICANA
Repetidamente lo oí en labios del poeta dominicano Rei Berroa. Me
recitaba una y otra vez, lo que yo le preguntaba, lo que yo quería
saber. Y me contó en repetidas ocasiones, cuando él se estaba doctorando
en España, y se iba de protestas, que es una cosa que hacen mucho los
jóvenes, y más en la Universidad Complutense. Y se iba con algunos de
los que llegarían alto en al política, que a lo peor en el amor no les
sirve. Matilde Fernández fue una de estas personas que sería ministro de
la cosa, cuando el alcalde de la Capital era el viejo profesor Enrique
Tierno Galván. Pero el catedrático amigo de literatura en una
universidad en Virginia, me hablaba mucho más de los escritores que de
los políticos.
ESCRITORES
A veces de Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Julio Cortazar.
Pero sobre todo de quién se emocionaba más recordando era de Benedetti y
Félix Grande. Esto ocurría en Julio de 1989, cuando Rusia iba a entrar
en el largo túnel, y Gorbachov quería hacer con Rusia lo que Adolfo
Suárez comenzó a hacer con la España democrática. Pero mejor hablemos de
cultura que la política se nos puede envenenar. En alguna habitación he
tenido los cuadernos hispanoamericanos de poesía, y el director de esta
colección era Félix Grande durante 20 años. De los capítulos escritos
por el profesor dominicano Rei Berroa, uno estaba dedicado al escritor
de Centroamérica y el Caribe Pedro Mir. Un hombre que fumó hasta su
muerte, y que no podía dejarlo ni con las amenazantes recomendaciones
de su médico, como se nos dijo en compañía de Ana, y con Olivia
naciéndose. De quién hablamos también fumaba mucho, como sus amigos Paco
Rabal o Pepe Hierro. Berroa siempre que hablaba del poeta Félix Grande
lo hacía como se habla de un amigo, a quién recordaba desde su casa en
USA con un doble sentimiento, alegre y también melancólico.
Lo
recordaba junto a otros soñadores de aquella idea que fue España. Y lo
recordaba como a sus maestros Claudio Rodríguez quién siempre con la
cabeza buscaba algo, no se sabía bien, en las esquinadas líneas del
cielo. Hay una fotografía donde los amigos y Francisca Aguirre se
reúnen alrededor de una señal de tráfico donde se lee” Zona Peligrosa”.
Claudio y Félix están con un brazo sobre el hombro del otro.
Cuando uno no era nada más que un camarero de universidad, y la
poesía le había recuperado para la vida, al haberse dejado vencer por
tantas cosas perdidas en un año aciago: hijo, mujer, y empresa. Me fui
con Antonio Lucas, y otro joven que también quería ser periodista,
podría ser Ignacio Pulido, a escuchar la lectura de Pepe Hierro en el
Aula de Cooperación Iberoamericana. Y allí en primera fila estaba junto a
Rafael Montesinos, Félix Grande.
CELEBRACIÓN A UNA VIDA
Doce años más tarde, en el Hotel Palace aparecieron entrando por la
Rotonda, dos señores con el pelo blanco y largo, uno tenía más que el
otro, pero los dos desde lejos se parecían por su cabellera. Me adelante
a otros camareros, los presenté las bebidas de la bandeja, mientras les
pregunté azoradamente si eran quienes yo creía. El señor más alto dijo
que si, pero que eso de poeta era mucho decir, cosa que asentía y le
reía la gracia el señor Nieva. Ese día se entregaban unos premios, había
mucho político, pero a lo que vamos, los premiados fueron el periodista
Pedro Piqueras, el artista Rafael Canogar que era el invitado de honor,
y Félix Grande, del que apuntamos su libro “Memoria del Flamenco”.
FLAMENCO
Por este libro que tardó años en escribir, recibió el galardón
Premio Nacional del Flamenco, fue un valioso volumen que marco pautas a
seguir a partir de entonces. Hay que tener en cuenta que en aquel
momento el flamenco no estaba del todo bien considerado. Seguía siendo
una cosa de gitanos para los gitanos. Donde no había para el gran
público mucho más que Lola Flores, Camarón de la Isla, o Paco de Lucia.
Una emocionada casualidad quiso que para la cena, me tocara la mesa de
los dos maestros. Yo no podía sentir otra cosa que gozo. Francisco Nieva
que tenía más de 80 años y una dentadura muy disminuida, y tampoco esa
noche era muy hábil con los cubiertos, tuvo que contar con la ayuda de
Félix Grande para ayudarle a cortar la carne. Yo le pregunté si le
gustaba, o quería otra cosa. A lo que el eximio dramaturgo, del que
ahora se me viene a la cabeza “La Tempestad”, y sus artículos en el
excelente Suplemento Cultural de José María Ansón, me dijo que a él le
gustaba la carne muy tierna.
Y repetía que le gustaba la carne tiernecita, y reía picarón. Y
entonces se me vino una imagen que jamás he olvidado, el comienzo de una
autobiografía “El Conde de Lautremont”. Al ir acabando la cena,
patrocinada por unas bodegas de vinos de la mancha “La Virgen de las
Viñas” que es un nombre muy pegadizo si te gusta la religión o te gusta
el vino, y más si te das a las dos cosas. Cuando se levantaban los
comensales le pedí la dirección de correo, y al poco tiempo le envié un
librito, mal cortado, con letras rojas sobre fondo sepia, que se hizo
con mucho cariño en Guatemala, y tiene título. Atlántico Caballo.
Pasó el tiempo y una tarde en la Feria del Libro de Madrid, cuando
me despedía de Juan Carlos Mestre, apareció de nuevo Félix Grande. Era
el año del Centenario de Miguel Hernández, en el mágico abril del 2010
para los hernandianos. Por entonces en la Universidad Complutense lo
habíamos homenajeado junto a Ramón Irigoyen, Félix Rosado, Leo Zelada,
Francisco Esteve, o Enrique Gracia Trinidad, entre otros que ese día
coordinamos a 80 personas entre músicos, profesores, bailarines, y
escritores. En septiembre Andrés Sorel, Rogelio Blanco y Gamoneda lo
concelebraban en la Biblioteca Nacional, en una sala abarrotada y con un
lejano familiar de MH cortando una y otra vez a los interlocutores. En
esa ocasión me crucé con él en el pasillo estrecho y no supe saludarlo,
de ello se dieron cuenta las poetas Francisca Aguirre, y Guadalupe
Grande, esposa e hija del hombre fallecido de quién siempre queremos
hablar.
Entonces Félix Grande, presentaba un acto en la Tertulia
Hispanoamericana, que dirigía Rafael Montesinos, en donde se debatía
sobre la vigencia de los clásicos y se preguntaban por la diversidad
alternativa. También entonces Juan Benet afirmaba con provocativa
claridad. “Leo poco a los autores del Siglo de Oro, porque me aburren
profundamente. Salvo Cervantes y algunos cronistas de Indias, son gente
sutil, pero poco humorada. Tal vez si hubieran escrito en francés o
inglés hoy contaríamos con buenas traducciones de sus obras y así
resultarían legibles”. A las sintéticas y también directas palabras de
J. M. Caballero Bonald, quien se declaró fervoroso lector de Góngora.
“En la literatura hay dos cosas: una es Cervantes, y otra, todos los
demás”. En la noticia nada se nos dice de lo que opinaba el presentador
del acto sobre el siglo de oro. Pero más tarde nos informamos al leer el
artículo que tituló “El pobre Siglo de Oro” y lo dejó muy claro.
Después de preguntarse desde la misma cabeza de Don Alonso, de
preguntarse qué hacer y dónde ir con Don Quijote, y de escribir unas
palabras sobre el ruso Fiódor Dostoievski ese energúmeno mágico, el de
las alucinaciones cervantinas. Félix Grande acaba el artículo diciendo:
“Entonces se sentó a la mesa, tomó la pluma de ave, reflexionó quizá
varias semanas, y al fin, titánico y cansado, alegre y viejo, con
lentitud y decisión, escribió letra a letra una frase sencilla, pesarosa
y perfecta: "En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero
acordarme...".
HACIENDO HISTORIA EN LA POESÍA
Félix Grande nació en Mérida, ciudad donde nunca se termina de
caer un acueducto romano, llamado de los Milagros, mientras otro
acueducto, este árabe, permanece casi inédito. Vivió en Tomelloso, en
el puro centro de La Mancha, donde entre otros oficios fue pastor de
ganado con su abuelo. Ahora quisiera ver el rostro del único abuelo que
yo no conocí, que también era pastor en Segovia. Y quiero creer que no
es una ciudad menos cervantina.
Desde su inicial libro de poemas “Taranto” en 1986, nos va diciendo
Santos Sanz Villanueva que la experiencia personal se convierte en el
núcleo que modula la materia prima del poema que trabaja el poeta. Por
Antonio Machado profesaba una profundísima admiración. Era de los que
pensaban que el poema debe tener su metafísica, pero que no debía estar
expresa en la obra.
Leo y entonces asocio los recuerdos a otra cosa. Félix Grande ha
muerto de la misma enfermedad que la escritora y poeta extremeña Dulce
Chacón, de un cáncer de páncreas. En apenas un mes. De esos que no te
dejan hacerte a la idea de la muerte, ni despedirte de la vida como se
merece el ser más humano, saboreando con tu gente lo vivido. La vida es
un circo donde tu padre se está muriendo , y el mío se fue no hace
mucho. Y no es agradable el vivir cerca de circos sin payasos que nos
den la vuelta a las tragedias. Ironías del destino se muere el señor
Grande el mismo día que mi madre cumple años.
Pero a lo que vamos. Venimos diciendo que hay poemas y poesía. Y
hoy me quedo con lo que necesito del poema “La Noria” Pero caeré
diciendo/que la vida era buena/la quiero para siempre/con muchísimo
amor. Lo que me queda es la poesía que me ha cedido Félix Grande para el
corazón. Pero nunca podrá saberlo. mientras releo lo que escribo y
presiento que me está mirando, cuando a quien mira es al cantador de la
fotografía. Qué extrañeza le queda a uno adentro del cuerpo algunas
veces.
Francisca Aguirre “Félix Grande soñaba que los hombres vivirían para ayudarse
Luis Alemany
Luis Antonio de Villena
Juan Carlos Mestre y Antonio Gala
Javier Rodríguez Marcos.
Manuel Díaz Martínez